Cuando mi papá murió.
"La muerte de mi papá me transformó. Después del dolor, me volví mi propio sabio. Crecí, superé retos y sigo adelante. La vida cambia, y yo también."
Cartas al pasado
Diego García, M.D CEO
Un día tuve una discusión con mi papá. Dije cosas fuertes, no fueron groserías, pero sí tenían un gran contenido emocional, esas palabras que lastiman el alma. No fue la primera ni la última vez; también lo hice con varias personas a mi alrededor. Me justificaba pensando que aún era adolescente y que actuar así era propio de la edad. Escuchaba decir: “es que así son los jóvenes, son rebeldes”. Eso reforzó mi conducta. Pensaba entonces que así era yo, que ese era mi carácter. Creía que nunca iba a cambiar y que las personas me tendrían que aceptar tal como era. Era fuego.
La vida siguió y yo continué con ella, manteniendo esa actitud. Los problemas y situaciones difíciles se iban acumulando y se volvieron parte de mí. Creía que eso era normal. Sin darme cuenta, el peso de esas acciones era cada vez mayor, lo que dificultaba mi caminar. Cada vez me sentía más incómodo y todo se hacía más difícil. Aún era joven y creí inocentemente que podía llevar esa cargar. Cada conflicto significaba añadir más peso sobre mis hombros. Ciego como estaba, simplemente no me importaba. Llegué a un punto en el que ese peso fue tan grande que, además de impedir mi avance, comenzó a hundirme. Empecé a crear un hueco y lo peor fue que me acostumbré a vivir en él.
El tiempo pasó y vi que, al contrario, no pasaba nada en mi vida. Intentaba salir sin soltar mi carga, pero era imposible hacerlo. Estaba en ese hueco oscuro, solo con mi dolor. Decidí conocerme y empecé a preguntarme por qué estaba ahí, qué me había llevado ahí. Al inicio culpar al mundo y a todos era más sencillo que aceptar mi propio error. Entendí que fui yo quien me llevó a esa situación. Después de culparme y pasar a la aceptación, tuve la claridad para comprender lo siguiente: si yo me llevé hasta ahí, yo también podía sacarme de ahí. Debía dejar atrás el ego y el egoísmo. Supe que podría hacerlo más rápido si permitía que me ayudaran. Muchas veces, las personas pasaban, me veían en mi hueco y me ofrecían ayuda. Encerrado en mis pensamientos, con desprecio y orgullo, rechazaba su ayuda.
Ese fuego en mi interior no era ni bueno ni malo; solo dependía de cómo lo utilizaba. Todos tenemos muchos talentos que no sabemos utilizar o que utilizamos de forma incorrecta. El fuego nos sirve para calentar el agua, cocinar alimentos, calentarnos y otras cosas más. Si queremos ponerle una categoría, diríamos que eso es bueno. Sin embargo, el fuego también puede incendiar casas, cultivos o incluso quemarnos hasta la muerte. Muchas veces, mi fuego lastimó a otros, los quemó, dejando cicatrices.
Dicen que el que juega con fuego puede quemarse y eso también me pasó. Resulté quemado y las cicatrices en mi interior son un recordatorio de que hoy en día puedo hacer las cosas de manera diferente, puedo hacerlas mejor. Entiendo que este es un proceso de aprendizaje y crecimiento. Cada día tengo la oportunidad de ser mejor. En varias ocasiones, yo no inicié el incendio, es decir, la discusión o la pelea, pero tampoco hice lo posible por apagarlo. Al contrario, lo alimenté más. Decía o hacía cosas peores, como tratar de apagar un incendio echándole gasolina o leña. Tenía la posibilidad de no alimentarlo, era mi decisión. Era una responsabilidad hacia mí mismo lograr controlar mi fuego, controlar mis emociones.
En mi hueco, reflexionando, entendiendo y conociendo realmente quién era yo, empecé a sentir de nuevo ese fuego. Esta vez era diferente, con mayor intensidad, pero no me quemaba. Ese fuego empezó a iluminar mi camino y pude ver la salida. Lo logré, salí y empecé a caminar de nuevo. Dejé atrás las culpas y los miedos. Aprendí que muchas veces mi luz puede iluminar el camino de otros y cuando mi luz disminuye, permito que otros iluminen mi camino.
Evitemos pensar que así somos y ya, que no hay nada más. Cerrarnos a la posibilidad del cambio nos lleva a un espacio limitado, donde quedamos aislados. Nuestros sueños se asfixian hasta desaparecer. El fuego interior se agota y quedamos en tinieblas. El cambio es conocernos, explorar lo que llamamos bueno y malo de nosotros, dejar atrás lo que no nos permite avanzar. Cambiar es permitir que nuestro fuego sea luz para nosotros y los demás.
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Consejos para canalizar el fuego interior en dirección positiva:
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